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Opinión: Riñas que carecen de grandeza

 

Bajo este tí­tulo publica el diario "La Nación" en su versiones impresa y online, el artí­culo de opinión de la ensayista y escritora argentina Beatriz Sarlo sobre el controvertido contexto polí­tico que enmarca la conmemoración del Bicentenario de nuestro paí­s.

Los 200 años que se conmemoran el 25 de Mayo incluyen perí­odos tumultuosos, guerras civiles, golpes de Estado, violencia, injusticia. Sin embargo, la Nación subsistió. De los ideales fundadores, que no fueron unánimes, algo quedó construido: la integración de varias corrientes inmigratorias, la ciudadaní­a polí­tica universal, la conciencia de los derechos sociales. Esos proyectos, en algºn momento, parecieron sueños casi irrealizables. No era previsible, en cambio, que al llegar el balance del Bicentenario estuviéramos ocupados con riñas cuyos motivos carecen de cualquier grandeza. Valga el ºltimo ejemplo.

"Si va con su marido habrá que sentarse al lado, pero no me pone contento." Como sabe todo el mundo, la frase la dijo Mauricio Macri y el marido es Néstor Kirchner. Estas cosas pasan cuando un polí­tico cree que puede comportarse como si fuera el padre de una novia cuyos suegros no le caen bien. Dicha en la esfera privada, la frase es propia de alguien que expresa sus sentimientos ante la benevolencia de amigos. Dicha en la esfera pública, su gravedad no disminuye por el hecho de que Aní­bal Fernández insulte a la oposición como ejercicio matutino y termine el dí­a con un uppercut aplicado a quien se le haya cruzado entre ceja y ceja.

Los modales de Aní­bal Fernández y las incursiones verbales de Néstor Kirchner hablan de la forma en que conciben la polí­tica, pero no vuelven aceptables los exabruptos de otros. En este caso, la primera apuesta la puso Macri sobre el tapete. La lengua popular tiene un adjetivo sugerente: tarambana es quien se alborota y habla sin pensar en las consecuencias.

Macri cree que la causa judicial en que se lo implica está apañada por Néstor Kirchner. Esa seguridad subjetiva, aunque se convierta en un dato objetivo para mucha gente, no le da derecho a expresarse como si fuera un particular damnificado por un juez sospechable. Otros, en su partido, podrán decirlo. Otros podrán denunciar el nido kirchnerista como refugio de malos jueces a los que se mantiene bajo la amenaza de habilitar un juicio polí­tico.

Pero él, hablando como jefe de gobierno, no debe declarar que no estará contento al recibir en el Teatro Colón, el 25 de Mayo, al marido de la Presidenta. Nadie le pide que diga que sentarse al lado de Néstor Kirchner fue su sueño. Nadie le pide que exagere un tenor amistoso que no siente. Simplemente, un polí­tico en funciones de gobierno se calla la boca.

La Presidenta respondió con una carta en la que ocupa un lugar inmejorable, paradójicamente ofrendado, como regalo del Bicentenario, por el propio Macri. Hace pocos dí­as, continuando sus saltos de templo en templo cada vez que asiste a un oficio religioso, Cristina Kirchner cambió la sede del tedeum e instituyó a la Basí­lica de Luján como la iglesia de todos los argentinos, solamente para no tener que verlo al cardenal Bergoglio en la Catedral. Pero encontró a alguien que se comportó de modo igualmente egocéntrico y arbitrario, alguien que trasladó sus quejas al escenario de la fiesta patriótica. Así­ ella pasó a representar la dignidad ofendida.

Un estilo nacional

Las razones de estos giros, que serí­an caricaturescos si no afectaran la vida pública, responden a lo peor del estilo polí­tico nacional. A la comida que se realizará en la Casa de Gobierno asistirá un solo ex presidente, Néstor Kirchner. La exclusión de los presidentes Menem, De la Rºa y Duhalde, así­ como la del actual vicepresidente, es un dato insólito: no se invita a la gente por su balance de gobierno, sino por la investidura que ejercieron.

Cualquier manual de ceremonial indica eso, pero los Kirchner son transgresores. Habrí­a que recordarles que esa condición también la reivindicó Carlos Menem. No es una virtud: Perón no fue un transgresor (la palabra misma lo hubiera sorprendido negativamente); tampoco Alfonsí­n lo fue ni Yrigoyen ni ningºn gran polí­tico del siglo XX. Los reformadores que dejaron su marca muchas veces enfrentaron fuerzas muy poderosas. Hubo audaces y reflexivos, pero nadie que se identificara con la transgresión, ni siquiera los revolucionarios puros.

Este es un final predecible. Peor serí­a imaginar una batalla simbólica sobre la construcción de un altar de la patria. Menos mal que ese tipo de "lugares de memoria" ha caí­do en desuso.

‚é LA NACION

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